Cuando nació la física Lise Meitner, lo tenía todo en su contra: año 1878 en Austria, en el seno de una familia judía y además, mujer. Así comienza una historia de superación.
Fue la segunda mujer en graduarse en la Universidad de Viena. Se trasladó a Berlín para seguir recibiendo clases y trabajó para el químico Otto Hahn. Sin embargo, hasta los 35 años no recibió ningún sueldo. Con el triunfo de Hitler huyó de Alemania y continuó investigando junto a su sobrino. Ambos descubrieron que los núcleos de los átomos se pueden romper todavía en partes más pequeñas. Lo que nunca pudo sospechar Lise es que su observación se utilizaría para algo muy perjudicial: la fabricación de la bomba atómica.
Debió ser una gran mujer como profesional (Einstein la llama la Marie Curie alemana) y como persona. Antes de morir expresó su deseo de ser enterrada en Bramley junto a su hermano. En su lápida se puede leer: “Lise Meitner: una física que nunca perdió su humanidad”
Lise es otro ejemplo más de Premio Nobel olvidado, una mujer cuyo mérito fue asignado a otra persona. El único recuerdo de sus investigaciones está en la Tabla periódica: en su honor se nombró Meitnerio al elemento químico nº 109.