Hay personas que viven una vida tan humana que además de su conocimiento dejan algo imposible de borrar. Es más o menos lo que quiso decir Rita Levi Montalcini (Turín, 1909) en su discurso de nombramiento como Doctora Honoris Causa por la Universidad Complutense. “Lo importante es la forma en que hemos vivido y el mensaje que dejamos. Eso es lo que nos sobrevive. Eso es la inmortalidad”.
Rita comenzó sus estudios de Medicina muy tarde porque su padre consideraba que no eran algo prioritario para una mujer. A los setenta y cinco años recibió el Premio Nobel por sus estudios sobre la multiplicación de las células. Hasta su muerte con ciento tres años acudía todas las mañanas a su laboratorio en Roma y a su fundación, dedicada a mejorar la vida de las mujeres africanas.
Lo que nos ha dejado, sin embargo, es algo que nunca morirá, como ella misma decía: “Es ridículo obsesionarse por el envejecimiento. Lo fundamental es mantenerse activo; intentar ayudar a los demás y mantener la curiosidad por el mundo”. Mujer científica, pero ante todo mujer humana, rechazó ciertos